«[...] El hombre de la catástrofe carece de destino, carece de cualidades, carece de carácter. Su horrendo entorno social —el Estado, la dictadura, o llámalo como quieras— lo atrae con la fuerza de un remolino vertiginoso, hasta que renuncia a oponer resistencia y el caos brota en él como un géiser hirviente... A partir de ese momento, el caos se convierte en su hogar. Ya no existe para él el regreso a un centro del Yo, a la certeza sólida de lo irrefutable del Yo: es decir, se ha perdido, en el sentido más estricto y verdadero de la palabra. Este ser sin Yo es la catástrofe, es verdadero Mal, sin ser, por extraño que parezca, él mismo malvado, aunque sea capaz de todas las maldades, dijo Bé. Han vuelto a cobrar vigencia las palabras de la Biblia: resístete a la tentación, cuídate de conocerte a ti mismo, porque de lo contrario estás condenado, dijo.»
KERTÉSZ, Imre, Liquidación, Madrid, Alfaguara, p. 49.