Un artículo en El Hype (original aquí)
La autocensura es el resultado de un cálculo que realiza un autor a resultas del cual omite una parte de la obra o cambia algunos términos inicialmente previstos para evitar consecuencias que estima negativas: reducción de posibilidades de publicación, perdida de lectores (en una particular representación del lector), denuncia de ofensas simbólicas y otras acciones de boicot bajo esa expresión un tanto contradictoria que llamamos «cultura de la cancelación».
Antes, en el ámbito privado se evitaba hablar de la familia o contar historias íntimas para no dañar, se sorteaban referencias directas o alusiones a personas identificables para evitar demandas. En el ámbito público, después de los tiempos pre-code, la autocensura se anticipaba preventivamente a los que vigilaban hipócrita, estúpida o cínicamente los discursos contra la guerra, las ideas de izquierda o la moral sexual. El mejor libro a este respecto es, a mi juicio, Hollywood censurado del profesor de Comunicación de la Universidad de Missouri Gregory D. Black. Hoy, en la época global new-code, el autor se pone en la fina piel de un lector sensible poco abstracto. Se autocensura para no ofender al amour-propre de un colectivo, a una imagen embellecida de sí ante los demás, pero también por no hacer daño a la persona que más se quiere, esto es, para no lastimar la imagen mejorada del gran ofendido: uno mismo.
Y es que estamos acostumbrados a plantear la censura como amputación o recorte, pero en principio, nada impide que la autocensura se traduzca no tanto en la omisión, sino en la inserción en el texto de una serie de añadidos forzados, guiños temerosos, duplicaciones ortopédicas o paréntesis profilácticos que denoten que el autor hace un esfuerzo formal por evidenciar que está del lado del censor, sea este claro o difuso, real o latente.
Ron Mueck
Aquí, la autocensura se parece más a una concesión a la moral o al poder de representación correcta dominante. En este último sentido se me ocurren dos ejemplos (una antiguo, otro reciente) que subrayan el carácter histórico y dinámico de la autocensura en el siglo XXI.
Bajo el dominio cultural de la Iglesia, en un tiempo en que el arte y el pensamiento comenzaban a abandonar su instrumentalidad respecto a la teología, la autocensura se manifestaba con algún tipo de formalidad precavida, un buen ejemplo es el famoso prolegómeno de Hugo Grocio a De iure belli ac pacis (1625) cuando a propósito de sus innovadoras ideas de un derecho internacional universal dijo de estas normas que «valdrían de algún modo aun cuando se admitiera —lo que no podría hacerse sin incurrir en un crimen horrendo— que no hay Dios o que, si lo hay, no se interesa en las cosas humanas».
Cientos de años después, en Nuestra parte de la noche, la novela de la (por otra parte, magnífica escritora) Mariana Enríquez ganadora del premio Jorge Herralde en 2019, en la descripción de la belleza del joven Gaspar se dice que éste enamoraría a todas las chicas, y a todos los chicos o que le sería fácil conquistar a quien desease, fuese hombre y mujer, etc. etc. y lo llamativo es que la duplicación y la adhesión al sexo fluido tan de moda hoy ocupa mucho espacio en una novela ya de por sí algo larga a rabiar.
En ambos casos el añadido funciona, o bien sinceramente o bien estratégicamente, como una precaución por la que se evita la reacción de los ofendidos anónimos, de los racializados, de los heridos por causas vigentes o del pasado, por la línea frívolamente dolorida de Amanda Gorman, por la reacción de un lector sensible (sensitive reader) al servicio de la editorial.
La autocensura incluye lo que decimos de menos y también lo que decimos de más y si reflexionamos sobre ella podríamos llegar a dar con algunas claves para su mejor comprensión. Ahí van algunas:
#1 La primera es que conviene tener en cuenta que incluso si resulta evidente que hoy en día hay algún tipo de freno en el autor, la cuestión de qué tipo de amenaza hay detrás no es algo baladí. El grado importa y mucho. No cabe frivolizar porque no hay (al menos en nuestro país y hasta las próximas elecciones) un comité de actividades antiamericanas, ni un clan talibán, ni un aparato fascista, ni una institución religiosa, al modo de la Inquisición.
La censura franquista fue mucho, mucho peor que la neofascista (la que campa censurando Buzzlightyear por un beso, sin ir más lejos) y esta última es más ridícula que el tipo de autocensura difusa de hoy. Pero, ya el gran poeta y premio Nobel ruso Joseph Brodsky solía decir que en la antigua Unión Soviética el censor más efectivo habitaba en la mente de cada uno, una suerte de proyección del apparatchik «al final del pasillo de la oficina».
#2 Dado que, en gran medida, la autocensura resulta de un cálculo estratégico, la auto-represión es doble: del lado del hacer, se traduce en la elección de temas de moda, o en la participación gregaria en formatos mainstream, en un exceso de comodidad o en cierta borrachera de pensamiento y arte que lleva a la confusión: la confortable literatura «islámica» según expresión de Américo Castro, aquella que protege al autor y a la obra moral, estética, poética y jurídicamente. ¡Todo mezclado y a la vez! Asumir que la literatura debe contener pretensiones didácticas y moralizantes es hoy por hoy, en los tiempos de la emopolítica, el giro afectivo y la democracia sentimental (Arias Maldonado), una forma de auto-coacción orientada a venderse uno mejor.
#3 La autocensura también puede ser pensada junto a las interpretaciones erróneas de la ética en la literatura. Uno diría que una forma interesante de autocensura consistiría en no caer en la nueva trampa de la empatía y la moralina, los lugares morales comunes o la representación visualmente correcta de la diversidad: la impotencia política (la constatación de que hay cosas importantes que no podemos cambiar con nuestra participación democrática) no debe empujarnos a la fe en la superpotencia de la representación simbólica: cambiar en la ficción lo que no podemos cambiar en la realidad pueda caer en el tokenismo o la pura ornamentación.
#4 Hay un deber ser a favor del viento, una suerte de esnobismo o Grandstanding moral, convenientemente explotados por la industria cultural sin que misma moral tenga nada negativo. Estoy pensando en el mutante como metáfora de la valoración de la diferencia y la gestión de Victoria Alonso (argentina, mujer, emigrante, LGTBI) al frente de Marvel Studios. Lo importante es retener que el juicio estético de una película, una serie o una novela (por limitarnos a las artes narrativas que transcurren en el tiempo) es distinto del juicio moral (a George Steiner no se le escapa que el personaje de Shylock esta estereotipado, pero eso no impide que Shakespeare entre en su canon).
Una obra se mide por su artisticidad. Lo que es válido para los estudios culturales no lo es para la crítica del arte (la peligrosa línea del Occidentalismo del bueno de Edward Said). El criterio moral y el estético no deben confundirse: una película puede proponer valores y estar cargada de buenos sentimientos y ser un fiasco pretencioso en términos artísticos. Como dejó dicho Boris Vian, las buenas intenciones morales llenan las malas novelas. Llegará un día, y ese día será hermoso, en que los personajes LGTBIQ+ y cualquiera individuo racializado podrá ser tan malo como el redneck más vilipendiado: un hito de la ficción y la igualdad.
#5 También es posible que compartir esa moral dans le vent suponga incurrir en algún tipo de servidumbre mercantil: la integración de las cláusulas morales características de las empresas de zapatillas de deport, plegarse a llevar una vida exteriormente modélica bajo la amenaza de perder un patrocinio comercial, pero… ¿quién se cree nadie para gozar de un patrocinio comercial? ¿No deberíamos todos mandar a las grandes corporaciones a pastar? Quizás el mejor camino para no caer en la autocensura sea buscar no el éxito o la aprobación de la mayoría, sino el reconocimiento de algunos a los que admiramos.
#6 Quizás interese repasar de tanto en tanto los argumentos de todos, así, la idea de las audiencias emancipadas de Gonzalo Torné, la penetración psicológica de Caroline Fourest, la mirada más analítica de Gisèle Sapiro, la provocación de Lucía Lijtmaer, o el regreso a categorías clásicas de Fernando Vallespín o Pablo Stefanoni, entre otros, y leer tanto los excesos liberales (a menudo inconscientemente dogmáticos, pero siempre valiosos de la línea Letras Libres: Aurora Nacarino-Brabo, Soto Ivars, Luis Reséndiz…), como a Jonathan Haidt, el subtexto político poco woke de Terry Eagleton, las tertulias sobre literatura de la escuela Selecta o el cinismo de Peter Sloterdijk en «¿Dónde están los amigos de la verdad?».
#7 Otro apunte: los excesos del discurso de la censura (¡me siento censurado, por decir negrata, maricón, zorra o subnormal!) encubren a menudo posiciones retrógradas o un humor racio-malo y demodé superado por un cierto progreso de la sensibilidad moral.
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#8 Puede ser interesante abordarlo desde la crisis de la crítica literaria: antes de que deviniera ejercicio hiperbólico de mercadotecnia, había críticos capaz de integrar las reflexiones sobre cortapisas, tabúes, concesiones y autocensura moral junto a la perspectiva psicoanalítica en una reseña literaria o cultural. Parafreseando a Peter: ¿Dónde están los amigos de la crítica literaria de verdad.
#9 Otra vía sobre la que invito a reflexionar son las relaciones entre la autocensura y algunos aspectos positivos del cambio social (el declive poético de las impertinencias racistas no buscadas, los sesgos no meditados, las descripciones indeliberadamente superficiales, los personajes esquemáticos, algunos niveles de machismo inconsciente) de lo que en otros lugares (Ficciones, las justas) llamamos «nueva sensibilidad».
#10 Es recomendable pensar la autocensura como un dispositivo que opera de la misma manera que la censura exterior: no solo limitando lo que pueda ofender sino ocultando las auténticas causas del malestar. La censura de filmes nasty y gore en Reino Unido como si fueran responsables del aumento de la violencia pretendía ocultar los nefastos efectos de las políticas neoliberales de Margaret Thatcher en relación con urbanismo, vivienda, garantías laborales o protección sindical. Lo contó muy bien Prano Bailey-Bond en Censor (2021)
Censor (Prano Bailey-Bond, 2021).
#11 Hay un tipo de censura que, de acuerdo con autores como Cristopher Lasch, se ha abierto paso como corolario de la sociedad narcisista, la imposibilidad de diferenciar lo privado de lo público, lo subjetivo de lo objetivo, los deseos propios de lo real, la imagen del espejo, los otros del yo: el anti-intelectualismo. Convendría, pues, pensar si no es esta la peor forma de autocensura en los nuevos tiempos contrailustrados y agresivos con la razón: evitar ideas complejas o perspectivas ya recorridas por autores «difíciles» para no herir el ego del lector. En este punto me gustó mucho el ensayo de Pau Luque Las cosas como son. Es mejor sugerir herramientas sofisticadas para que el lector comprenda el complejo presente que dejarlo tal como está.
#12 La sociedad parece cada vez más infantilizada. Se abusa de la opinión frente al conocimiento, de lo subjetivo frente a lo objetivo (o lo que es intersubjetivo, como el juicio del gusto), y una política cultural en la que se amortiza la banalidad o sale rentable la moralina es el caldo de cultivo ideal para la censura difusa: el capitalismo se está adaptando muy bien al moralismo de forma paralela a cómo en el ámbito de la opinión pública asistimos a una nueva horizontalidad, al desdén por el experto y al recelo del profesional.
Lo que para mí significa la palabra cultura es indesligable del tabú, de cierto olfato para el tabú (como el término elitismo). Hablar del tabú ya es tabú, pero cabe preguntarse por qué élite ha devenido un término inadmisible en el ámbito cultural cuando es moneda de cambio habitual en el mundo de los negocios (las listas de mega-millonarios) o en las de mejores futbolistas del año, cabe preguntarse por qué ya nadie habla de diferencia espiritual en un sentido laico del término, ni de belleza, ni de méritos, ni de verdad, ni de alguna cosa más que me debo autocensurar.