miércoles, 18 de diciembre de 2019

La norma y la imagen: El decálogo de Monterroso



1.   Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

2.   No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus
       antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido 
       que la posteridad siempre hace justicia.

3.   En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: «En literatura no  hay nada escrito».

4.   Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con  una, con una. 
       No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada  con cincuenta palabras.

5.   Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, 
       como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que 
       lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

6.   Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero
       hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues,
       dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

7.   No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote.
       Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para
       que tus amigos se entristezcan.

8.    Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De
        esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas
        fuentes.

9.   Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando
       creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un
       escritor.

10.  Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o
         más  inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para
         lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

11.  No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como
        tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

12.  Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada
         vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas
         para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te
         señalara con el dedo en el supermercado.

       

Augusto Monterroso,  Guatemala, 1944 - 2003

Monterroso y Cortázar, Managua, 1981

jueves, 31 de octubre de 2019

La norma y la imagen: J. M. G. Le Clézio: «El africano»

No eran ideas abstractas ni elecciones políticas. En él hablaba la voz de África y despertaban sus antiguos sentimientos. Sin duda, había pensado en el futuro cuando viajaba con mi madre, antes de la soledad y la amargura, cuando todo era posible, cuando el país era joven y nuevo, cuando todo podía surgir. Lejos de la ciudad corrompida y aprovechadora de la costa, había soñado con el renacer de África, liberada de su esclavitud colonial y de la fatalidad de las pandemias. Una especie de estado de gracias al margen de las inmensidades herbosas por donde avanzaban las manadas conducidas por los pastores, o de los pueblos de los alrededores de Banso, en la perfección inmemorial de sus paredes de adobe y sus techos de hojas.

El advenimiento de la independencia en Camerún y en Nigeria, y después, poco a poco, en todo el continente debió apasionarlo. Para él, cada insurrección debía de ser una fuente de esperanza. Y la guerra que acababa de estallar en Argelia, guerra en la cual sus propios hijos corrían el riesgo de ser movilizados, no podía parecerle sino el colmo del horror. 






J. M. G. Le Clézio, El africano, trad. Juana Bignozzi, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2007.

lunes, 21 de octubre de 2019

La norma y la imagen: Kaspar, de Peter Handke




Libre adaptación de la conocida historia de Kaspar Hauser, el niño criado en un agujero oscuro que entró en una ciudad alemana de 1824 con solo una frase y se convirtió en una curiosidad científica: un humano casi adulto sin lenguaje e influencias externas, una tabla rasa sobre la cual la sociedad y sus maestros científicos podían escribir con impunidad.


Kaspar es una obra escrita por el dramaturgo austríaco Peter Handke, Premio Nobel de Lietratura, 2019. Fue publicado en 1967. Fue el primer drama completo de Handke y fue aclamado en Europa como la «obra de teatro de la década»: un inocente casi sin palabras destruido por los intentos de la sociedad de imponerle su lenguaje .


Los individuos también pueden inventarse usando el lenguaje. En Kaspar, Handke escribe: «Ya tienes una oración con la que puedes hacerte notar... Puedes explicarte cómo te va ... Tienes una oración con la que puedes poner orden en cada desorden ... »




James R. Hamilton, «Handke's Kaspar, Wittgenstein's Tractates, and the successful representation of alienation», Journal of Dramatic Theory and Criticism, Spring 1995.

M. Read, «Peter Handke's Kaspar and the power of negative thinking»,  Oxford Journal, 1993.

Linda Eisenstein, «You Are The Lucky Owner of a Sentence», Theatre Perspectives International, May 1994.

miércoles, 10 de julio de 2019

La identidad en la ciudad: Poe, Benjamin y la novela negra por Ricardo Piglia

«Si Hamlet es el lector en tensión con el escenario de la corte y las disputas políticas que suponen las relaciones familiares en el poder, Dupin es el que está, como lector, en tensión en el escenario de la ciudad, entendida como el espacio de la sociedad de masas.

"El conocimiento social originario de las historias de detectives", dice Walter Benjamin, "es la perdida de las huellas de cada uno en la multitud de la gran ciudad." En un sentido podríamos decir que la figura del detective nace como efecto de la tensión con la multitud y la ciudad.

Poe localiza el género en París -la capital del siglo XIX, como decía Benjamin- y, desde luego, la ciudad es el lugar donde la identidad se pierde. "Es dificil mantener el orden en una poblacion tan masiva donde por así decirlo cada uno es un completo desconocido para todos los demás", señala un un informe de la policía de París en 1840. Benjamin ubica el genero de la serie de procedimientos de identificación del individuo anónimo y la nueva cartografía de la ciudad. La numeración de las casas, la huellas dactilares, la identificación de las firmas, el desarollo de la fotografía, el retrato de los criminales, el archivo policial, el fichaje. Las historias policiales, concluye Benjamin, surgen en el momento en que se asegura esta conquista sobre lo incógnito del hombre.

En esos mismos años, hacia 1840, Foucault sitúa el comienzo de la sociedad de vigilancia. Y el detective funciona a su modo, imaginariamente, en la serie de los sistemas de vigilancia y de control. Es su réplica y su crítica.

En el espacio de la masas y de la multitud anónima es donde surge Dupin, el sujeto único, el individuo excepcional, el que sabe ver (lo que nadie ve). O, mejor, el que sabe leer lo que es necesario interpretar, el gran lector que descifra lo que no se puede controlar.

No hay más que ver el modo en el que Dupin niega todos los medios de control usados por el prefecto para registrar una casa y vigilar a un individuo en «La carta robada» (ese gran texto sobre la lectura): no son los medios mecanicos los que permiten controlar el delito, diría Poe, sino a la inteligéncia, la capacida de identificarse con la mente del criminal, las sofisticadas técnicas de interpretación de Dupin.

Dupin, el hombre aislado, va a toparse, a su manera, con los misterios de la ciudad, con los misterios de París, con el mundo amenazador de la masa. La multitud es la experiencia subjetiva de la sociedad de masas en las redes de la gran ciudad. 



Ricardo Piglia, El último lector, Barcelona, Anagrama, 2005,  pp.81-82.

lunes, 8 de julio de 2019

La norma y la imagen: Lakoff terminator

«[...] Si proyectamos lo anterior sobre la nación, ya tenemos la política radical del ala derecha, mal llamada «conservadora». Los buenos ciudadanos son los disciplinados –aquellos que ya se han hecho ricos o autosuficientes– o los que están en vías de conseguirlo. Los programas sociales «envician» a la gente, porque les dan cosas que no se han ganado y hacen que continúen siendo dependientes. Son, por tanto, malos y hay que suprimirlos. El gobierno está ahí únicamente para proteger a la nación, para mantener el orden, para administrar justicia (castigos) y para garantizar el comportamiento ordenado y la promoción de los negocios.
Los negocios (el mercado) son el mecanismo mediante el cual las personas disciplinadas llegan a ser autosuficientes, y la riqueza es la medida de la disciplina.


Entra en escena el Terminator

Entra en escena el Terminator: lo último, el no va más en cuanto a alguien estricto, el tipo duro extraordinario. El campeón mundial de culturismo tiene la última palabra en lo referente a disciplina. ¿Qué mejor estereotipo para la moral del padre estricto? Esta es la razón de que fuese Schwarszenagger –y no otro famoso, como Jay Lenno, Rob Lowe, Barbra Streisand– quien pudiese activar un estereotipo estricto y, con él, los valores conservadores republicanos.

Lo peculiar de California es Arnold y la cultura del cine, sin embargo, ese mecanismo estaba ya en el trasfondo de las victorias republicanas en las elecciones de 2002 y en las que se han celebrado en todo el país desde los tiempos de Ronald Reagan, pero sobre todo en esta última década, en la que los republicanos han dominado el arte de activar la imagen del padre estricto en la mente de los votantes (...).»

George Lakoff, No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político, Foro Complutense. Madrid. 2007, p. 68.


jueves, 4 de julio de 2019

Roth y Levi: el oficio y el "lavoro ben fatto"

LEVI: [...] «En Auschwitz tuve ocasión de observar con alguna frecuencia un curioso fenómeno. La necesidad del lavoro ben fatto es tan fuerte, que empuja a la gente a cumplir su cometido incluso en situaciones de esclavitud. El albañil italiano que me salvó la vida dándome de comer durante seis meses, de tapadillo, odiaba a los alemanes, su comida, su lengua, su guerra, pero cuando lo pusieron a levantar paredes, las levantó rectas y sólidas, no por pura obediencia, sino por dignidad profesional».

(...)

ROTH: [...] «La descripción y análisis de tu atroz recuerdo de aquel "gigantesco experimento social y biológico" de los alemanes están gobernados por una preocupación cuantitativa ante los modos en que un hombre puede verse transformado o roto, para así perder sus propiedades características, igual que una sustancia se descompone en una reacción química.»

Philip, Roth, El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, Barcelona, Seix Barral, 2001, p. 16, 19.


La norma y la imagen: En el aniversario de Matrix

El 20º aniversario de la película Matrix (Hermanas Wachowski, 1999) nos ha recordado el título que para la colección «Cine y derecho» en Tirant lo Blanch escribió Iñigo de Miguel Beriain de la Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea (Grupo de Investigación Cátedra de Derecho y Genoma Humano):

«Matrix es una de esas obras que tienen la rara virtud de replantear los viejos problemas de filosofía, adaptándolas a unas circunstancias futuras perfectamente plausibles, sin privarlos por ello de un ápice de su consistencia. Nacido a su sombra, este libro analiza, a través del estudio riguroso de los hechos narrados en la obra, temas tan interesantes como la posibilidad del conocimiento real, la necesidad de actuar éticamente, o la influencia de la ciencia en la sociedad del futuro. 

Se trata, por tanto, de un texto que navega entre aguas tan turbulentas como las del escepticismo, la lucha por la libertad, la salvaguarda de la dignidad humana, o los peligros que encierra la biotecnología, siempre con el fin de proporcionar al lector una visión renovada de los dilemas que, desde hace ya tanto, conmocionan nuestra existencia.»

jueves, 18 de abril de 2019

Una revolución extraña y el deseo de ser punk


«En casa, mi padre estaba viendo el telediario; no parecía triste ni de mal humor. Le pedí que me contara la historia de la canción de la revolución de los claveles. Me la había contado el año pasado, pero ya no me acordaba bien. De lo que sí me acordaba era de que esa revolución había empezado con una canción que pusieron por la radio.
Mi padre quitó el sonido de la tele y me dijo que él tenía más o menos mis años cuando fue esa revolución. Hubo dos canciones que sirvieron de señal. La primera sonó a las once de la noche, se llamaba «Y después del adiós», era para pedir que todo el mundo estuviera preparado. La segunda, «Grândola, Vila Morena», fue la que se hizo más famosa, sonó a las cero veinticinco de la noche del día 25 de abril. Era la señal para que los capitanes revolucionarios y todos los que estaban con ellos ocuparan los puntos estratégicos del país.
Fue una revolución extraña impulsada por militares de izquierdas que estaban en contra de la guerra colonial y secundada enseguida por millones de personas cansadas de la pobreza, de las dificultades de una política sucia«

Belén Gopegui, Deseo de ser punk, Barcelona: Anagrama, 2009, pp. 145-146.



miércoles, 20 de marzo de 2019

Chéjov en la calle 42


Vania en la calle 42 (Louis Malle, 1994) es una de las mejores «pequeñas películas» de la historia del cine. Fruto de la confluencia de una serie de felices coincidencias que van desde el encuentro de Louis Malle, al final de su vida, con los ensayos que el director teatral André Gregory hacía de un Tío Vania adaptado por David Mamet, en un pequeño teatro de Nueva York, al estado de gracia de actores como Wallace Shawn o Julianne Moore, el filme trasciende las posibilidades del teatro filmado para constituir una obra de arte originalísima llena de sugerencias para quienes les interese el estudio de las pasiones y los conflictos humanos. 

Escribió el sociólogo T. H. Marshall, en sus célebres ensayos sobre la ciudadanía, que la desigualdad podría mantenerse siempre que no generara en aquellos que la padecían, la sensación de merecer una vida mejor. Pero, ése es, justamente, el conocido lamento de Voinitski. 

La frustración, la sensación de vida malgastada, la crítica al mérito académico, fueron temas sobre los que Chéjov escribió y que el autor de Glengarry Glen Rose, David Mamet, supo sublimar con una serie de estilemas muy personales que evocan su propio universo temático: el revés del sueño americano, los desajustes profundos del modelo socio-económico del capitalismo, las promesas no cumplidas de la tierra de las oportunidades, la decepción sobre los nuevos valores morales que la modernidad debería haber traído consigo. 

La extraordinaria intuición y sensibilidad humana del dramaturgo ruso todavía permite ilustrar cuestiones actuales como los efectos a pequeña escala de las grandes ideas sociales, jurídicas y políticas. Este libro aborda el filme de Malle a partir de las ideas de decepción y de mérito personal, sin olvidar otras cuestiones que interesan a los lectores de esta colección: la esperanza, el poder, la ecología o la solidaridad.

De la «Introducción», Jesús García Cívico, Vania en la calle 42: mérito y decepción, Valencia: Tirant lo Blanch, 2018.