A Carmen M., elegante dadora de libros
«Siempre hay una canción bajo cuya música nos creemos más fuertes aunque no mejores».
Orlando Osorio, Una casa holandesa: aforismos en Word, poemas con auto-reverse, Editorial Paris, Texas, 2013.
"Al escuchar ahora el disco -al escuchar la manera en que Johnny Rotten desgarra sus versos y luego aúlla los pedazos al mundo; al recordar la arrolladora sonrisa que exhibía al cantar- un escalofrío me recorre la espalda, mi cráneo empieza a sudar y tengo que dejar de escuchar. «Cuando escuchas a los Sex Pistols, Anarchy in the UK -dijo una vez Pete Townshend de los Who-, lo que de inmediato te sorprende es que esto está pasando realmente.» He ahí un tipo con la cabeza sobre los hombros, que ahora mismo te está diciendo algo que sinceramente cree que está ocurriendo en el mundo, y te lo dice con verdadera virulencia y verdadera pasión. (...)
No es más que una canción pop (...) un artículo de consumo barato, y Johhny Rotten no es nadie, un delincuente anónimo cuyo mayor éxito, antes de aquel día de 1975 en que fue visto en la tienda de Malcom McLaren en King´s Road, Londres, había sido irritar de vez en cuando a los transeúntes. Es una broma..., y aún así, la voz que la transmite permanece como algo nuevo en el rock´n´roll, que es lo mismo que decir algo nuevo en la cultura popular de postguerra: una voz que renegaba de todos los hechos sociales, y que al negarlos afirmaba que todo era posible (...)
Los Sex Pistols eran una propuesta comercial y una conspiración cultural: habían sido lanzados para transformar el negocio musical y sacar dinero de esa tranbsformación pero Johnny Rotten cantaba para cambiar el mundo (....) Según los patrones de guerra y revoluciones, el mundo no cambió; volvemos la vista atrás desde una época en la que, tal como lo expresó Dwight D. Eisnehower, «las cosas son más como ahora de lo que lo han sido nunca». En contraste con las demandas absolutas tan brevemente generadas por los Sex Pistosl, nada cambió.(...)
Lo que sigue siendo irreductible de esta música es su deseo de cambiar el mundo. Es un deseo sencillo y patente, pero se inscribe en una historia que es infinitamente compleja, tan compleja como la interacción de los gestos cotidianos que describen la manera en que el mundo funciona. El deseo comienza con la exigencia de vivir no como un objeto sino como un sujeto de la historia -de vivir como si de hecho algo dependiera de las acciones de uno-, y esa exigencia se abre a una calle libre. Al maldecir a Dios y al Estado, al trabajo y el ocio, al hogar y a la familia, al sexo y el juego, al público y uno mismo, durante un breve tiempo la música hizo posible experimentar todas esas cosas como si no se tratase de hechos naturales sino de estructuras ideológicas: cosas que alguién ha hecho y que consecuentemente pueden ser alteradas, o incluso eliminadas. Fue posible ver estas cosas como chistes malos, y la música entró en escena como un chiste mucho mejor".
Greil Marcus, Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX, trad. Damián Alau, Anagrama, Barcelona pág. 10-14.