Roky Erikson "I think of demons" de The Evil One. ¿Qué hacer cuando el demonio llama a tu puerta? ¿Abrirle? (Respuesta apresurada). A la vista de algunos frutos de una educación más esmerada (la de Erikson, la de Wilson), mejor devolverle la visita.
En lo que sigue aspiran a ser compartidas unas breves, quizás confusas, seguramente prescindibles y en todo caso traídas por los pelos, reflexiones tras escuchar por enésima vez el mismo tema de Roky Erikson y acabar de guardar en el cajón (donde guardo el corazón) unos apuntes que en su día tome de una rápida y muy personal visita a una exposición de arte bruto en la Universidad de La Nau.
Primero una leyenda: al parecer Lennon y McCartney apenas pudieron articular palabra tras escuchar Good Vibrations la composición del líder de los Beach boys, un músico que debía sentirse tan extraño con una tabla de surf en el sobaco como los Beatles figurando en un diccionario de las bellas artes. Brian Wilson fue el autor de un álbum exquisito, arrebatador, barroco, complejo y poco silvable. Una joya rock llena de sinfonías únicas, vitales y orquestadas, unas sinfonías en realidad y pese a la portada del long play muy poco adolescentes, unas sinfonías que miraban más a Dios y al demonio que a la altura de las olas de California.
Dicen que Wilson rezaba antes de cada toma, que le daba miedo la altura de su creación, que su reclusión mental posterior debió mucho a los psicotrópicos, al miedo a sus demonios personales, pero también mucho a los medicamentos prescritos por su médico para contrarrestar tales efectos. Le imagino mirando la partitura y de reojo a la puerta donde golpeaban (knocking) sus demonios personales. Cuando salía a la calle lo hacía bajo estricta vigilancia médica, al punto que incluso con la crítica unánimemente arrodillada frente a él, su psiquiatra continuaba asistiendo de pie a todos los conciertos.
Creí verle (a Brian) un verano en Ibiza con un cuba-libre en la mano, lanzando dudosos reflejos ambarinos en los muros añiles de la isla, antes de un innecesario concierto al que no asistí por, como decían nuestros justificantes de pequeños, “encontrarme enfermo”.
“Bendita locura” (Milenio, Lérida, 2001) es el libro que José Ángel González Balsa dedicó no hace mucho a los Beach Boys y a su abúlico, atormentado y mítico líder, el autor de la mejor canción de pop de la historia (Good vibrations): Brian Wilson. González Balsa refiere mucho mejor que yo las historias de Wilson.
Por mi parte, creo que el hecho de que la asociación genialidad-locura sea un topicazo convenientemente explotado por más de un farsante postmoderno y post vanguardias y muchos biopics americanos, no debe impedirnos suscribir una observación más modesta: desde el punto de vista creativo y en determinadas manifestaciones artísticas parece que no haya importantes diferencias entre personas “sanas” y “enfermas”, estén convenientemente diagnosticadas o no.
En mis notas leo: “Pinacoteca psiquiàtrica a Espanya, 1917-1990.” Aportaciones privadas, irregulares en su interés pero en conjunto sugerentes, venidas desde colecciones galenas que mostraban la mirada del paciente a su locura y por ende a sus demonios en pinturas y producciones plásticas trazadas a la búsqueda de signos patológicos. ¿Arte? o Arte sin interrogante (y mejor siempre sin mayúscula) pero también sin patrón, ni escuela o academia. Producciones, al decir de su comisaria, Ana Hernández, que no son reflejo de procesos psicopatológicos sino representaciones artísticas capaces de conmover por la originalidad de sus formas y sus contenidos. Representaciones, algunas de ellas, donde en ausencia del canon académico acude al demonio para inspirar y acaso certificar el privilegiado lugar que la expresión estética y la sensibilidad ocupan hasta en las existencias más desquiciadas, aquellas que sin sonrojo llamamos “inadaptadas”.
“Pinacoteca psiquiátrica en España” acoge la herencia que dejara la modernidad y el entusiasmo de algunos médicos alienistas amantes del arte. Gonzalo R. Labora, Emil Mira i López, Joan Obiols y otros, así como obras publicitadas desde el antiguo hospital de Bétera. La exposición recorría diferentes temáticas, así como disímiles senderos que presentan obras angélicas y endemoniadas entre lo genuino y lo primitivo. Geometrías que intentan explicar mundos ajenos. Ángeles, demonios y melancolía como metáfora de pasiones.
Cabezas, la de Brian Wilson también por cierto, como alegorías de una locura contenedora de un extraño, quizás endemoniado, quizás angélico, mundo simbólico y enigmático.
Cabezas, la de Brian Wilson también por cierto, como alegorías de una locura contenedora de un extraño, quizás endemoniado, quizás angélico, mundo simbólico y enigmático.
Un mundo en todo caso muy sensible.
Para acabar he de justificar el título de esta entrada un tanto tangencial en mi blog: I think of demons, es el título del eléctrico tema de rock del cantante Roky Ericsson, antiguo líder del mítico ascensor del piso trece (Thirteen Floor Elevators).
Discutía con un compañero hace poco sobre si se puede educar el gusto por el rock: Yo que me he educado (demasiadas veces a decir de mis vecinos) en los sombríos matices de la enérgica voz de ese adicto al remordimiento y al psiquiatra: Mr. Roky Erikson, creo que sí. Sostengo modestamente que las virtudes de esa expresión estética o artística que es el rock son precisamente su absoluta falta de pretensión en dicho punto, su energía reacia a las etiquetas (y a los catálogos), su ligereza jovial, e incluso la consecuente brevedad de unos temas perfectamente (in) olvidables. También la de aquellos que falsean perfectamente esta afirmación. Las guitarras son en este punto irrebatibles.
¿Qué hacer cuando el demonio llama a tu puerta? ¿Abrirle? (Respuesta apresurada). A la vista de algunos frutos de una educación más esmerada (la de Erikson, la de Wilson), mejor devolverle la visita.