martes, 30 de marzo de 2021

LA NORMA Y LA IMAGEN (CCXLII): Cómo adaptar una novela al cine (VII): el gótico australiano y el derecho como texto universal


Cómo adaptar una novela al cine (VII): el gótico australiano y la justicia como guion universal.

Con el tiempo me doy cuenta de que lo que un día decidí hacer en el campo "Literatura y derecho" son estudios de "Literatura y derecho (derecho, moral y política)" desde la literatura, y, desde luego, Filosofía del derecho desde la filosofía (no desde el derecho), de forma análoga (pero ciertamente no explorada del todo) a cómo se asume sin problema que hay una sociología del derecho desde el derecho y una sociología del derecho desde la sociología.

Mi visión de las teorías de la justicia y de la literatura comparada es muy cosmopolita (no me gusta la idea de "culturas") y siento que solo algunos escritores, pocos filósofos y todavía menos juristas entienden lo importante que es evitar los actos de crueldad.

Por eso, me parece subyugadora la idea de la norma y de la literatura como un único texto (una idea querida por autores tan distintos como Borges o Vila-Matas o constitucionalistas como Peter Häberle) que funciona como origen de una serie imaginativa e infinita de variaciones en un sentido enriquecedor (y en lo que toca al derecho, acumulativo).

Al hilo de todo eso, reparo en lo mucho que me gusta la novela de la australiana Joan Lindsay "Picnic en Hanging Rock" (en la delicada editorial Impedimenta), la aportación de Pilar Adón a la historia (vasta o infinita) de "Picnic en Hanging Rock" con una trabajada traducción que la autora ha explicado en distintos lugares, y, sobre todo, lo bien que la adaptó de la literatura al cine Peter Weir (y Cliff Green).

Al hilo de todo eso, reparo en lo mucho que me gusta la novela de la australiana Joan Lindsay "Picnic en Hanging Rock" (en la delicada editorial Impedimenta), la aportación de Pilar Adón a la historia (vasta o infinita) de "Picnic en Hanging Rock" con una trabajada traducción que la propia Adón ha explicado en distintos lugares, y, sobre todo, lo bien que la adaptó de la literatura al cine Peter Weir (y Cliff Green).




Febrero de 1900, día de San Valentín: Un grupo de alumnas del selecto colegio Appleyard para señoritas se dispone a celebrar un picnic. La inocente, idílica, angelical comida campestre se torna en tragedia y luego en misterio irresoluble cuando tres niñas y una profesora desaparecen misteriosamente entre los altos y encrespados recovecos de Hanging Rock, un imponente conjunto de rocas rodeado de la salvaje y asfixiante vegetación australiana. La única chica que logra regresar no recuerda nada de lo sucedido. 

Considerada una de las más perturbadoras novelas de culto de la literatura anglosajona, Picnic en Hanging Rock dio lugar a una aclamadísima película de Peter Weir en 1975, que contribuyó a incrementar el éxito de una obra ya mítica. Jamás se reveló si los hechos narrados fueron reales o no, y ese ambiguo e intrigante juego alentó la aparición de una legión de seguidores que afirmaban conocer lo ocurrido aquel aciago día de San Valentín en el sobrecogedor paisaje de Hanging Rock.

Weir parece centrarse en la condición de las jóvenes angelicales en una edad de puente entre la infancia y la edad adulta es lo que les permite entrar en esa zona física "intermedia" entre las rocas (un portal entre realidades si se quiere), porque también son el puente entre la sociedad victoriana y la aborígenes casi aniquilados. 

Weir afirmó en una entrevista a 'Sight & Sound' en 1976 que "podía haber puesto más énfasis en (...) los invasores en un paraje extraño, en la naturaleza represiva de este pequeño trozo del Imperio; pero la atmósfera resultante de las desapariciones se convirtió en mi interés principal, y esos temas desaparecieron del primer plano".



sábado, 27 de marzo de 2021

LA NORMA Y LA IMAGEN en el día del teatro: La moral del teatro como moral de la vida

 «Partiendo del hecho escénico se ha puesto de manifiesto la influencia que las propias leyes del género teatral pueden tener en el planteamiento de los problemas morales; la presentación y el encadenamiento psicológico de los personajes están dictados por las leyes de la comedia que no son las leyes de la vida, pero que tienen tanta o mayor coherencia y rigor. La comedia no busca una concepción bien definida de la condición humana y de los valores éticos, ni tampoco trata de proponer conclusiones de moral práctica —en la mayoría de los casos dichas conclusiones se limitan al terreno de los principios generales— sino que busca sobre todo una purificación por el ridículo, una comunicación con el espectador —el cual se distancia de la acción por medio de la risa— y por ello recurre a la pintura de excesos y extravagancias de toda índole y por ende a una apología del sentido común».

Francisco Javier Hernández, «Una vida bajo el signo del teatro», en MOLIÈRE, El avaro. El enfermo imaginario, trad. carlos Ortega, Madrid: Cátedra, 1995.


El avaro o la escuela de la mentira en el Teatro Coyoacán puesta en escena de Felipe Oliva.

En el día del teatro, recuerdo que de joven ya me gustaba mucho Molière y quizá por ello en nuestro estudio sobre literatura y filosofía de las normas lo primero que leemos son los retratos de La Bruyère, los animales de La Fontaine o las inteligentísimas máximas de La Rochefoucauld.

Lo que tratamos de poner de manifiesto en el proyecto "la norma y la imagen" no es solo la transmisión de una moral desde la ficción, sino una reproducción de sentido contrario: partiendo del hecho escénico se pone de manifiesto la influencia que las propias leyes de los géneros dramáticos tienen en el planteamiento de los problemas morales, o dicho de otra forma, las leyes de la comedia tienen tanta coherencia como las leyes de la vida. 

Y lo que es más inquietante: comparten su mismo rigor.