domingo, 20 de marzo de 2016

Arte, compromiso y... selfies


La cultura se moja por los refugiados 
Álex Vicente

«En la entrada del estudio berlinés de Olafur Eliasson, una antigua fábrica de cerveza en la frontera norte del centro de la ciudad, brilla una poderosa luz verde. La desprende su lámpara Green Light, que el artista danés ha diseñado en señal de solidaridad con los refugiados que atraviesan Europa. “Es una luz metafórica. Mi proyecto aspira a iniciar un proceso de transformación cívica”, sostiene Eliasson. Desde este fin de semana, la lámpara se vende a 300 euros en el TBA21, el centro de arte contemporáneo que la Fundación Thyssen Bornemisza tiene abierto en Viena, que ha invitado a los propios refugiados a adentrarse en el museo. Los beneficios irán destinados a organismos como la Cruz Roja o Cáritas. “Para mí, la cultura no es un anexo superfluo, sino el centro de la sociedad. Y, como tal, tiene que adoptar un papel activo”, señala el artista.

Es solo el último de los numerosos proyectos que los artistas europeos han puesto en marcha para apoyar su causa. En Alemania, donde el debate sigue siendo omnipresente ante la llegada de un millón de demandantes de asilo, los creadores se han significado especialmente. El artista chino Ai Weiwei, instalado en Berlín desde que el régimen le devolvió el pasaporte, ha sido el más obstinado en su denuncia. Abrió un estudio en Lesbos, donde quiere desarrollar distintos proyectos que den fe de esta crisis, además de erigir un memorial “para suscitar una toma de conciencia”, y después organizó una marcha en Londres con su amigo Anish Kapoor, exigiendo “respuestas humanas y no solo políticas”.
Pero el de Ai Weiwei también ha sido el nombre más reprobado. Poco después de su polémica reproducción de la fotografía del niño sirio Aylan, volvió a levantar el escándalo durante la gala Cinema for Peace, celebrada en la pasada Berlinale. El artista subió al estrado y pidió a los asistentes que se cubrieran con mantas térmicas para tomar una foto colectiva. Entre ellos se encontraban la actriz Charlize Theron o las integrantes del grupo Pussy Riot. “Esa es la manta en la que algunos se envuelven antes de morir. Se las dan a esos ricos que se la colocan sobre sus esmóquines mientras comen su menú de cinco platos. Es la imagen más obscena de todo el festival”, denunció el director de la Berlinale, Dieter Kosslick. El propio certamen se vio impregnado del clima social y político. Muchas de las películas presentadas hablaban de esta crisis o permitían encontrar subtextos relacionados con ella. Al terminar, pareció lógico que la película que ganó el Oso de Oro fuera el documental italiano Fuocoammare, rodado en la isla de Lampedusa, puerta de entrada de millares de refugiados al continente europeo.
Un par de kilómetros al este, el Teatro Gorki sigue representando The Situation, una exitosa obra protagonizada por cinco actores recién llegados a Berlín que se encuentran en un curso de alemán: un sirio, dos palestinos y dos israelíes, uno árabe y el otro, judío. También en la capital alemana, la Filarmónica de Berlín ofreció la semana pasada un concierto gratuito para los refugiados y los voluntarios que trabajan con ellos.
Las iniciativas similares se multiplican por todo el continente. En el Reino Unido, Banksy ha multiplicado los gritos de alarma. Durante el otoño cedió el material que le sirvió para construir el parque de atracciones Dismaland para levantar distintas cabañas y refugios en la llamada jungla de Calais. Después dedicó una de sus obras a Cosette, la niña explotada a la que Jean Valjean salvaba en Los Miserables. Solo que esta vez aparecía envuelta en gases lacrimógenos, en referencia a la intervención de la policía francesa en ese campo de refugiados a principios de año. A finales de febrero, también pasó por allí el actor Jude Law. “Quería verlo con mis propios ojos”, aseguró el intérprete, integrante de una plataforma que apadrina a menores que viven solos en el campo esperando poder reencontrarse con sus familiares en el Reino Unido, junto a personalidades como el actor Benedict Cumberbatch o el músico Brian Eno.
En Francia, 800 artistas y escritores encabezados por los cineastas Laurent Cantet, Pascale Ferran y Céline Sciamma lanzaron hace cuatro meses una petición que instaba a las autoridades a encontrar una solución. El pasado lunes publicaron una segunda tribuna en el diario Libération dirigida al Gobierno francés, que ha empezado a desmantelar el campo de Calais. “No queda otro remedio que constatar que nuestra llamada fracasó. Intentábamos hacernos escuchar y ustedes han permanecido sordos. Peor aún: han utilizado la fuerza. El fracaso es total”, decía el texto.
En esa ciudad del norte de Francia, la artista Annette Messager, gran figura del arte contemporáneo francés que nació a escasos kilómetros de la jungla, acaba de inaugurar una exposición en el Museo de Bellas Artes de Calais. En ella resuenan los ecos de lo que acontece en el exterior. “Todo artista se hace la misma pregunta: ¿cómo hacer arte en Calais? ¿Qué decir, qué hacer, que enseñar frente a ese naufragio?”, se pregunta Messager. “Esta es mi respuesta: hacer entrar el abatimiento del mundo en el museo. Exponer en Nueva York es fácil. En Calais, no. Y es precisamente aquí donde la cultura es más necesaria».
Artículo en El País: enlace