jueves, 12 de enero de 2012

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Episodios de insomnio del sueño americano: El hombre hecho a sí mismo
se hizo mal (I)

"Se acercaba uno de esos ataques, una de aquellas ocasiones que paseaba por las calles o se quedaba inmóvil ante su escritorio, sintiéndose deprimido y sin saber qué hacer, capaz tan sólo de morder la contera del lápiz. Era ensimismamiento sin consuelo, exigencia de expresión sin desahogo, sensación de paso veloz del tiempo incesante e inútilmente, aliviada tan sólo por la convicción de que nada se perdía, porque todos los esfuerzos y todos los logros carecían igualmente de valor”. 

SCOTT FITZGERALD, F., Hermosos y malditos

Corresponde a los novelistas norteamericanos de la generación de entreguerras, la que conocemos como “generación perdida”, la recreación literaria tanto de la felicidad ligada al éxito, el dinero, la juventud y la belleza como del repentino y lúcido despertar de tan jazzístico sueño. Entre estos escritores, la obra de Scott Fitzgerald representa una mirada tan penetrante como ambigua, tan contradictoria como desconcertante a esos escenarios irrepetibles donde hubo de representarse el drama de un desencuentro repentino e inesperado entre la felicidad más exultante y la mayor amargura. Resulta, en este sentido, paradigmática la misma existencia de Fitzgerald y en particular ciertos contrastes enla lectura conjunta de “El Gran Gatsby” (The Great Gatsby, 1921), “Hermosos y malditos” (The Beautiful and the Damned, 1925) y el Crack up (1931).



Empecemos por el final, esto es, de acuerdo con quien narra las vicisitudes de Gatsby (Carraway/Fitzgerald), de acuerdo con "la voz de la novela" por decirlo con Tacca, avancemos hacia el principio. Avancemos por el principio o mejor por el regreso, por el regreso al pasado, por el regreso al origen, ¡El final de El gran Gatsby! Un estándar literario: “así avanzamos, barcas contra la corriente incesablemente arrastradas hacia el pasado”. Así termina, como es sabido, Francis Scott Fitzgerald The Great Gatsby. Recordemos la situación, Gatsby, curioso advenedizo empeñado en seducir a un amor (Daisy) de su juventud yace muerto en la piscina al otro lado de la bahía. Gatsby creyendo en la esperanza, no hacía más que avanzar hacia atrás, esto es, contra la corriente, empujado, impulsado, arrastrado hacia su propio pasado. Dicho de otra forma, Gatsby creyendo en la luz verde, en la esperanza de que hoy no, mañana conseguiría sus sueños, parece regresar tal cual era hacia si mismo. ¿Qué es eso de avanzar hacia el pasado? ¿Un curso de acción truncado, o mejor ontológicamente pervertido, una extraña deriva existencial? Ya es dudoso que la vida tenga una dirección, algún sentido ¿pero dos? ¡dos sentidos! Una carretera, por acudir al poderoso título del clásico del cine underground de Monte Hellman ¿asfaltada en dos direcciones?


¿La deriva inversa de un soñador? Gatsby tenía sus sueños (y quizás nos adelantamos, pero eran los que le mantenían con vida, al menos los que mantenían con vida la novela...) ¿Acaso la vida dura lo que duran los sueños? ¿Acaso la novela dura lo que dura poder contarnos los sueños?
Esa fue la azarosa existencia de Gatsby, el hombre empujado, paradójicamente, no sólo a no ver su sueño cumplido, sino a regresar, podríamos decir que "desensoñado" (por despierto), desengañado o despertado de nuevo en el momento de su concepción (la concepción del sueño allá en el pasado) justo cuando podría haberlo conseguido...

También Anthony Patch y Gloria Gilbert parecen desde el inicio de Hermosos y malditos abocados a una carrera perdida de antemano a pesar de (o precisamente por) su tan ambivalente como poderosa sed vital. En su caso, la novela casi dura lo que dura el whisky y el dinero, un dinero (la herencia del abuelo de Patch, un millonario moralista) que llega al fin, en forma de herencia, demasiado tarde, cuando ya no podrá redimir la caída del protagonista, cuando el personaje (demasiado parecido al propio Fitzgerald) se da cuenta de que ya no era quien había sido.

En fin, fiestas, escarceos, esteticismo, alcohol, existencias azarosas, poéticas, caprichosas con el paso del tiempo planeando sobre ellas en un extraño sentido. Es decir, y si se nos perdona la grandilocuencia, ¿está empeñado Fitzgerald, por decirlo con las palabras del Huxley de Literatura y Ciencia, en la tarea paradójica de convertir el azar de la existencia en significación? Se había dicho que la vida tiene un sentido, los más audaces (Hegel) que la historia también lo tenía. Ideologías poco modestas (el cristianismo, pero también Marx) depositaban en el futuro una suerte de redención (la salvación, la sociedad sin clases) al punto de que el sacrificio del presente era una opción más que viable. Fitzgerald a través de la voz de un vecino, la voz del camarada Nick Carraway, relata una peculiar forma de avanzar en la vida mientras se persiguen los sueños.
Los sueños a ese (o al otro) lado de la carretera. Nos referimos por supuesto, al hablar de sentido de la vida, no a un sentido como dudoso significado (meaning) sino como vector de direccionalidad. La carretera asfaltada en dos direcciones... ¡Vamos, que si circulamos hacia delante o hacia atrás! ¿Se trata del progreso? El progreso, seductora idea de la generación perdida que conoció (y diseccionó) perfectamente el escritor americano. Conocemos, entre otros por los demoledores escritos de Emil Cioran los aspectos terribles, pero también cómicos de ese progreso bajo la forma de utopía. Cioran precisamente admirador confeso (con definitivos matices) de otro texto que presentaremos más adelante. Viene al hilo por cierto, de la demolición. Demos, pues un salto hacia otra imagen poco intuitiva: ¡golpes que vienen de dentro a fuera! golpes desde dentro de uno mismo para ¿explicar? esa vida rota (¡pero con los trozos cuidadosamente pegados!) que es el Crack-up.
Permítasenos también citar in extenso (el párrafo no tiene, como suele decirse, desperdicio): “Claro, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea- los grandes golpes repentinos que vienen, o parecen venir, de fuera-, los que uno recuerda y le hacen culpar a las cosas, y de los que, en momentos de debilidad, habla a los amigos, no hacen patentes sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpes que vienen de dentro, que uno no nota hasta que es demasiado tarde para hacer algo con respecto a ellos, hasta que se da cuenta de modo definitivo de que en cierto sentido ya no volverá a ser un hombre tan sano. El primer tipo de demolición parece producirse son rapidez, el segundo se produce casi sin que uno lo advierta, pero de hecho se percibe de repente”.

Al decir de Cioran, bajo el gráfico rótulo Fisonomía de un hundimiento. La experiencia pascaliana de un novelista norteamericano, Fitzgerald “no se hallaba maduro para sus noches”, se trata al decir del lúcido ensayista rumano, de una lucidez sobrevenida: “el fruto de un accidente, de una fractura interior sobrevenida en un momento dado”. 

 El caso de Fitzgerald es el de aquellos que “(...) de repente un día se encuentran desengañados y como lanzados, a pesar de ellos mismos, en la carrera del conocimiento, tropezando entre verdades irrespirables, a las cuales nada les había preparado”. “De ahí, continua, el escritor rumano, “que sientan su nueva condición no como un favor, sino como un golpe. A Scott Fitzgerald nada le había preparado a afrontar o soportar esas verdades irrespirables. El esfuerzo que hizo para acomodarse a ellas no carece de patetismo”. Y más adelante y en la medida en que Fitzgerald, añade Cioran: “no logró mantenerse a la altura de su drama  no podríamos considerarlo como un angustiado de calidad.” Y definitivamente: “el interés que tiene para nosotros consiste precisamente en esa desproporción entre la insuficiencia de sus medios y la amplitud de la inquietud que vivió”

“No hay que ir mal vestido para ser un rebelde”, Fitzgerald o la Edad del Jazz
Sigamos aproximándonos al novelista: Como lo resume Beigbeder (en una lectura que no nos acaba de convencer) es cierto que “a Scott le gustaba tanto saquear el Ritz estando borracho perdido o precipitar su coche en los estanques: manchar su esmoquin es un gesto político, un modo de demostrar su desacuerdo con el mundo al que tanto había soñado pertenecer. Fitzgerald puede ser considerado el primer bobo (burgués bohemio o bourguois bohème) pero tenía la delicadeza de llamar a su izquierdismo «Generación Perdida»”.

De acuerdo. Por Fitzgerald sabemos que no hay que ir mal vestido para ser un auténtico rebelde. Aceptamos, que aquí, la rebeldía, en todo caso, es perfectamente bohemia.
Recordemos también, con el crítico francés, que T. S. Eliot, Henry James, Gertrud Stein o Ernest Hemingway viajan incansablemente por el viejo continente, y algunos como Eliott o Henry James se hacen súbditos británicos (aunque Fitzgerald y su mujer, Zelda, lo hicieran por la costa azul). Recordemos, ahora con Gutiérrez, que París se convirtió en residencia de Wharton, Nin, Barnes, Henry Miller o el mismo Hemingway. Pero Scott Fitzgerald estuvo como Cummings, como Faulkner o Anne Porter, sólo de paso o por reconocido placer como el viaje que los protagonistas de Hermosos y malditos nunca hicieron. Una suerte de exilio rebelde como experiencia inestable, pero también bohemia, compleja y liberadora. La década de los años 20 fue conocida, subrayémoslo otra vez, como la “edad del jazz” o la “generación perdida” expresiones acuñadas por Fitzgerald y Gertrude Stein respectivamente, expresando así de forma complementaria los aspectos de desarraigo pero también de improvisación dinámica que los caracteriza. El caso de Fitzgerald es un tanto especial. En un complejo mosaico de mitologías entre la bohemia y el victimismo, junto a la poética nueva de Pound, el refinamiento de la sintaxis en Hemingway o Pound, el reformismo social de Dos Passos, la liberación sexual de Miller o Nin, la fragmentación cultural de nuevos avances tecnológicos, el automóvil (en nuestra opinión, la presencia de los coches en El Gran Gatsby ¡y en el recorrido de recién casados de Anthony Patch y Gloria Gilbert –los hermosos y malditos- daría para más de un ensayo), el cine, etc. se encuentra también la coreografía ritual de los personajes de The Beautiful and the Damned (1922) novela de la tríada escogida aquí, Gilbert y Patch, así también la de Gatsby y Daisy, así, por último las personas reales de Zelda y Francis Scott Fitzgerald. La “edad del jazz” fue, definitivamente y como puntualizaría el autor de “El gran Gatsby” una época de milagros, de arte, de excesos y de sátira.
Vale.
Pero en el caso de Fitzgerald la crítica a la superficialidad y ambigüedad del tipo de cosas de las que escribe, aparece desde dentro. Aparecen a contrapunto, a contrapelo de la vida. Aparecen desde otra gran (pero más compleja y poética) superficialidad. Una frivolidad pensada, elegida, contrastada y que se sabe así. Resulta, en este sentido, aún más profunda que la mirada externa, prejuiciada y politizada que se suele hacer desde fuera a la idea misma del sueño americano. Realizada, pues, no desde fuera, sino desde dentro, las vividas escenas de amor y amargura de Hermosos y malditos, el final de Gatsby, los golpes del Crack up, etc. llevan detrás toda una poesía. La poesía de la misma existencia. Son lúcidos pero no podrán nunca llevar a un suicido decido como opción vital (tal es el caso de Hemingway, que se suicida a los sesenta y tres años de edad), llevan, en el caso de Fitzgerald que muere a los cuarenta y cuatro años, en un exceso de vida a una paulatina conversión en una verdadera, pero lúcida y perspicaz, ruina humana.
Un extraño declive ¿otra vez una suerte de progreso inverso? Un extraño itinerario parecido a lo que nos contaba de Gatsby (hacia su muerte) y de diferente forma de Anthony Patch (hacia su ¿locura?).

A propósito, aún no hemos hablado del narrador y sobre todo de la trama de las novelas...

(Continuará)

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"No se puede decir que fuera muy expresiva ni tampoco muy original, pero fue sin duda certera. "He leído su libro y es un buen libro", le escribió Gertrude Stein a Francis Scott Fitzgerald después de su primera lectura de El gran Gatsby. "Usted ha creado el mundo contemporáneo al igual que hizo Vanity Fair y éste no es un mal elogio". Esta escritora, que se convirtió en la gran referencia cultural de la Generación Perdida en Francia y que Woody Allen ha vuelto a poner de actualidad con su última película, Medianoche en París, vio inmediatamente lo que millones de lectores han constatado desde que se publicó en 1925: que se trata de una novela irresistible e inmensa sobre las ilusiones perdidas y aquellos sueños que nos pudren pero que también nos hacen seguir adelante.

Tras aquella primera lectura, Stein también constataba otra obviedad: la escritura "natural" del autor. La nueva versión de Justo Navarro, que ha editado Anagrama, respeta a fondo el ritmo y la naturalidad de la novela, al igual que demuestra su profundo conocimiento de la obra de Fitzgerald. Este crítico y novelista -su última obra publicada es la estupenda El espía- ya había traducido una amplia edición de sus cuentos que recientemente reeditó Alfaguara. Pero Gatsby, lo más parecido a la mítica Gran Novela Americana que haya producido el siglo XX, son palabras mayores y Navarro logra recrear el ritmo y el intraducible lenguaje de las flappers y de los años veinte. En breve, RBA sacará otra traducción de la novela, a cargo de Miguel Temprano, mientras que la editorial Paréntesis ha publicado una en 2011 realizada por José Luis Piquero. Tres traducciones nuevas y muy distintas entre ellas en apenas unos meses. Además, seguramente no es una casualidad que se esté rodando una nueva versión del clásico en estos mismos meses, dirigida por Barz Luhrmann, con Leonardo DiCaprio en un papel que ya interpretó Robert Redford a las órdenes de Jack Clayton. Gatsby regresa con los malos tiempos tal vez para recordarnos que las fiestas se acaban.

No es la primera que vez que Scott Fitzgerald vuelve a ser revisitado: hace un par de años aparecieron varias recopilaciones de cuentos y una novela sobre Zelda y Scott, Alabama Song, con la que Gilles Leroy ganó el Goncourt en 2007. Pero leerlo en clave de lo que está ocurriendo ahora, con el sentimiento de vivir en un mundo que se acaba, es toda una experiencia. Uno de los primeros títulos que pensó para Gatsby, según narra su biógrafo y antólogo Matthew J. Bruccoli, fue Entre el valle de las cenizas y los millonarios, unas palabras que leídas desde esta segunda década del siglo XXI tienen una extraña resonancia. La novela relata la historia de un hombre de misteriosa fortuna que trata de reencontrarse con el amor de su vida atrayéndola a las infinitas e inútiles fiestas que organiza en su mansión, desde la que contempla, al otro lado de un golfo, la casa de su amada.

(...)

Así suena la nueva versión de Navarro: "Fue lo que le devoraba, el polvo viciado que dejaban sus sueños"; "sabía que Tom seguiría buscando ansiosa y eternamente la turbulencia dramática de algún irrecuperable partido de fútbol"; "comparado con la distancia inmensa que lo había separado de Daisy, la luz verde parecía muy cerca de ella, casi lo tocaba".

Y, claro: "Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado".

Un final traducido así por Miguel Temprano: "Gatsby creía en la luz verde, en el orgásmico futuro que año tras año se aleja de nosotros. Nos esquivó entonces, pero no importa..., mañana correremos más deprisa, extenderemos más los brazos... Y una bonita mañana... Y así seguimos bogando, como botes contra la corriente, arrastrados incesantemente hacia el pasado"

Y así se lee en la versión de Piquero una de las frases más famosas del principio: "Es lo que hizo presa en Gatsby, ese nauseabundo cieno que flotaba en la estela de sus sueños, lo que temporalmente liquidó mi interés en los inútiles pesares y las efímeras alegrías de los hombres". La lengua de Fitzgerald habla por sí sola de otra época y de otros tiempos que son también los nuestros."

Miguel Altares "Cuando la fiesta se acaba". Crítica de libros. Babelia, 7 de enero de 2011.


El gran Gatsby. Francis Scott Fitzgerald. Epílogo y traducción de Justo Navarro. Anagrama. Barcelona, 2012.

El gran Gatsby. F. Scott Fitzgerald. Traducción y prólogo de José Luis Piquero. Paréntesis. Alcalá de Guadaira, 2012. 

El gran Gatsby. F. Scott Fitzgerald. Prólogo de Mario Vargas Llosa. Traducción de Miguel Temprano. RBA. Barcelona, 2012. 224 páginas. 22 euros.




BEIGBEDER, Fréderic, Último inventario antes de la liquidación, Barcelona, Anagrama, 2002.
CALLAHAN, John, F., Scott Fitzgerald's Evolving American Dream: The "Pursuit of Happiness" in Gatsby, Tender Is the Night, and The Last Tycoon, Twentieth Century Literature, Vol. 42, No. 3 (Autumn, 1996), pp. 374-395.
CIORAN, E., “Fisonomía de un hundimiento (La experiencia pascaliana de un novelista norteamericano)” en Ejercicios de admiración, Barcelona, Tusquets, pp. 158-167.
HOFFMAN, F. J., The Twenties, The Viking Press, New York, 1968
LOCKRIDGE, Ernest. Twentieth Century Interpretations of The Great Gatsby. Englewood Cliffs, N.J., Prentice-Hall, Inc, 1968.
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