domingo, 19 de noviembre de 2023

La norma y la imagen: materiales audiovisuales para la enseñanza derechos humanos (XVII): Solidarity Crime

The filmmaker Nicolas Braguinsky Cascini and the social anthropologist Juan Pablo Aris Escarcena (PhD, University of Sevilla - Spain) have independently written, filmed and produced the thought-provoking documentary: "Solidarity Crime. The borders of democracy", which was screened for the first time in Geneva last month (November 2019). This is an impressive work aimed at generating debate around the criminalisation of solidarity actions towards migrants across the borders of Europe. 

The documentary Solidarity Crime was filmed in 14 cities across 5 countries: Ventimiglia, Palermo, Catania, Riace (Italy); Menton and Breil-sur-Roya (France); Geneva, (Switzerland); Seville, Granada, Ceuta and Melilla (Spain); and Nador (Morocco). It is the protagonists themselves who lead the narration telling their own stories, allowing the viewers to draw their own conclusions around one main question: «First, it was the migrants to lose their rights; then, those who stood in solidarity. Who will be next?» 

En Nicolás Braguinsky Cascini 



sábado, 18 de noviembre de 2023

La norma y la imagen: materiales audiovisuales para la enseñanza derechos humanos (XVI): The Gourougou Trial de Simón Casal y Santi Palacios


Dos jóvenes africanos, víctimas de una devolución en caliente en la valla de Melilla, reclaman su derecho a tener derechos en un juicio ante el Tribunal de Estrasburgo. Para sus dos abogados defensores no solo es una oportunidad para obtener justicia del caso concreto, también es un caso que puede generar jurisprudencia y sentar las bases del futuro de los derechos en toda Europa


Ver en este enlace: The Gourougou Trial de Simón Casal y Santi Palacios




miércoles, 1 de noviembre de 2023

¿Dónde está...?

 



¿Dónde está Wally? es una serie de libros creada por el dibujante británico Martin Handford en 1987.

Un artículo sobre la tortura como diseño en El Hype: Fernando Botero, Bob Brecher y Denis Villeneuve

(Un extracto de un artículo en El Hype)


Dicen que Denis Villeneuve rodó un comienzo alternativo para Sicario (2015) de manera que lo primero que vería el espectador sería una tortura: la llevaría a cabo del personaje interpretado por Benicio del Toro y, de acuerdo con los estilemas más reconocibles del autor quebequés, se trataría de una manifestación cruda e incómoda de la violencia ejecutada por alguien que luego se relaciona extrañamente con el mundo y con las cosas.

Y no resulta difícil pensar en ese inicio descartado, porque la tortura siempre fue una constante del cine de Villeneuve, en Incendies, la adaptación de la tragedia de Wajdi Mouawad, el hijo tortura y viola a su madre. ¿Se convierte luego en hermano de los gemelos Jeanne y Simon Marwan? ¿Se convierte en padre de los hijos de la mujer que canta? En Incendies la tortura devasta. Y en Prisioneros, (Denis Villeneuve, 2013) la tortura más viscosa –aquella de la que, al parecer, es capaz un hombre en nombre de la vida de su hija– hace que el espectador no solo se revuelva en su silla sino que se revuelvan muchas convicciones o mejor, ideas previas relativas a la tortura.

Y a desmontar la retórica de la tortura está dedicado el ensayo de Bob Brecher, Tortura. Hay una bomba a punto de estallar (Altamarea, 2022), un texto con prólogo de Zurita, traducción del profesor de Filosofía moral Vicente Ordóñez y que ha despertado en mí, precisamente la semana de la muerte del colombiano Fernando Botero (uno de los artistas contemporáneos más sensibles al horror de la tortura), emociones raras mucho tiempo después de que me salieran las primeras canas justamente por investigar en La tortura: aspectos sociales y ético-culturales la sádica pericia del ser humano en desollar vivo, mutilar, electrocutar o simplemente lastimar con sadismo el cuerpo y el espíritu de su semejante.

Hay algo profundamente indecente ya solo en el hecho de entrar a debatir acerca de la tortura porque la prohibición de la tortura es y debe seguir siendo absoluta. La prohibición de la tortura desde los célebres textos del ilustrado italiano Cesare Beccaria a las declaraciones de derechos humanos son un hito cultural (entendida la cultura en una hermosa acepción ligada no a los toros o la cocina sino a la idea moderna de progreso normativo). La tortura lleva a desear la propia muerte, la tortura es lo peor que puede hacer un ser humano a otro y no es admisible ni jurídica ni moralmente bajo ningún supuesto.



Pero como de tanto en tanto cobra aliento el tema y regresa el hedor de los que defienden la tortura en ciertos casos (como el del padre que tortura al joven que ha secuestrado a su hija en Prisioneros, el film de Villeneuve), el eje del ensayo de Brecher, filósofo y profesor en Brighton, gira alrededor de la refutación de los argumentos más conocidos: los del siniestro catedrático de Derecho de Harvard, Alan Dershowitz, quien avaló tras los atentados del 11S una suerte «trato especial» regulado en nombre de la seguridad y los supuestos deberes de las fuerzas encargadas de mantenerla. Tanto Dershowitz como sus renovados seguidores se empeñan en introducir el debate sobre la tortura o en avalar activa o pasivamente con su silencio las prácticas de gobiernos poderosos que recurren a ella. El argumento principal que utilizan es que hay casos en los que esta es necesaria para salvar vidas y habitualmente recurren una proyección mental (una suerte de relato): imagine que se detiene a un terrorista que ha colocado, o sabe dónde se ha colocado, una bomba a punto de estallar. ¿No lo torturaría para evitar un mal mayor?

Tortura. Hay una bomba a punto de estallar, a pesar de no contener argumentos de fondo estrictamente novedosos (para aquellos que leímos la obra de autores como Tomás y Valiente o Massimo La Torre, por ejemplo) sí tiene el mérito de situar perfectamente la cuestión de la ficción en el centro de la problemática sobre la tortura: la invención narrativa del supuesto de la bomba de relojería opera como «marco» (frame en los términos de George Lakoff, añadimos nosotros) capaz de hacer plausible, deseable o incluso debido el recurso a la tortura. Lo hace además con ciertos descubrimientos relacionados con la periferia de lo falaz: cuando cala la idea de que torturar a un ser humano para extraerle (el término tiene ecos de David Cronenberg) información sobre una bomba a punto de estallar y alguien dice Yo le torturaría, ¿lo torturaría él mismo? ¿sabría cómo hacerlo? Y, si no supiera cómo romper la resistencia física de su semejante, ¿dónde podría aprender? ¿quién enseñaría el “arte de torturar”? ¿con quién practicaría? ¿incluiría el gobierno asignaturas optativas sobre torturas y violaciones a los hijos del sospechoso?



Continua en «Desactivar la tortura y dejar explotar la bomba: Fernando Botero, Bob Brecher y Denis Villeneuve», por Jesús García Cívico, Revista cultural El Hype

Biblioteca: La norma y la imagen