La belleza no es una propiedad esencial de la obra de arte. Y buscarla en los grabados de Goya, en «My bed» de Tracey Emim, en el «Martirio de San Bartolomé» de Ribera o en las películas de David Lynch resulta tan absurdo como pensar que la literatura o el arte debe resultar moralmente edificante.
Afortunadamente, el arte busca y refleja también el horror, el desasosiego, la fealdad, lo grotesco, lo sublime.
Estupendo, por cierto, el ciclo que la Filmoteca de Valencia está dedicando estos días al cineasta de Texas.
Foto: Un título básico de Arthur C. Danto y David Lynch, I was a Teenage Insect, 2018, mixed media painting.