«Para recordar hay que imaginar. Filip Müller, en este relato de
«memorias», deja que la imagen sobrevenga y nos ofrece una
turbadora imposición. Esta imposición es doble: simplicidad y
complejidad. Simplicidad de una mónada, de manera que la
imagen aparece en su texto -y se impone en nuestra lectura inmediatamente, como una totalidad de la cual no podría eliminarse ningún elemento, por mínimo que fuese. Complejidad de un montaje: es el contraste desgarrador, en la misma y
única experiencia, de dos planos totalmente opuestos. Los cuerpos tendidos que se amontonan contra los cuerpos quemados
que son reducidos a cenizas; la comilona de los verdugos contra
el trabajo infernal de los esclavos «removiendo», como se decía,
a sus semejantes ejecutados; los cantos y los sonidos del acordeón contra el eco lúgubre de los ventiladores del crematorio._
Todo ello es tanto una imagen que David Olére, otro superviviente del Sonderkommando de Auschwitz, dibujó esta escena
exactamente, en 1947, para recordarla mejor y para permitirnos
-a nosotros, que no la vimos- representárnosla [...]
Las cuatro imágenes arrebatadas a lo real de Auschwitz manifiestan bien esta condición paradójica: inmediatez de la mónada (son instantáneas, como se suele decir, unos «datos inmediatos» e impersonales de un cierto estado de horror fijado por la
luz) y complejidad del montaje intrínseco (probablemente fue
preciso elaborar un plan colectivo para realizar la toma de vista, una «previsión»; y cada secuencia construye una respuesta
específica a las dificultades de visibilidad: arrebatar la imagen
escondiéndose en la cámara de gas, arrebatar la imagen escondiendo el aparato en su mano o en su ropa). Verdad (ante esto, estamos irrefutablemente en el ojo mismo del ciclón) y oscuridad
(el humo oculta la estructura de las fosas, el movimiento del fotógrafo vuelve borroso y casi incomprensible todo lo que ocurre en el bosque de abedules).»
Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo, trad. Mariana Miracle, Barcelona: Paidós, 2004, pp. 55-58.