«Partiendo del hecho escénico se ha puesto de manifiesto la influencia que las propias leyes del género teatral pueden tener en el planteamiento de los problemas morales; la presentación y el encadenamiento psicológico de los personajes están dictados por las leyes de la comedia que no son las leyes de la vida, pero que tienen tanta o mayor coherencia y rigor. La comedia no busca una concepción bien definida de la condición humana y de los valores éticos, ni tampoco trata de proponer conclusiones de moral práctica —en la mayoría de los casos dichas conclusiones se limitan al terreno de los principios generales— sino que busca sobre todo una purificación por el ridículo, una comunicación con el espectador —el cual se distancia de la acción por medio de la risa— y por ello recurre a la pintura de excesos y extravagancias de toda índole y por ende a una apología del sentido común».
Francisco Javier Hernández, «Una vida bajo el signo del teatro», en MOLIÈRE, El avaro. El enfermo imaginario, trad. carlos Ortega, Madrid: Cátedra, 1995.