Siempre he sentido simpatía hacia el pueblo gitano. Sobre todo por un elemento irreductible que tiene que ver con la oposición a ciertos fundamentos del mundo. Otra razón es que es de los pocos pueblos que no han organizado matanzas, ni gaseado a sus congéneres.
«Bernard Leblon recuerda cómo en un principio no se apreció la diferencia; parecían peregrinos huidos de los infieles, y portaban signos nobiliarios (caballos y se hacían llamar duques). Los gitanos llegaron a España en 1425, sorprende su atavío —mantas sujetas al hombro como capas, cabellos largos, argollas en orejas, insólita toca de mujeres-— Aunque desconcertados por su extravagancia, como su nomadismo pareció transitorio y, sobre todo porque ostentaban títulos, la recepción significó una “edad de oro”. Refugiados perseguidos a causa de su religión, gozaron de la protección de los soberanos. El término español “gitano”, como el inglés “gipsy” son testimonios del primero de una larga serie de equívocos. A partir de ahí, el historiador recuerda la persecución, escrita por los verdugos, el proyecto de aniquilación del otro en tanto que encarnación de la diferencia y por tanto del mal. La historia evoca la lenta metamorfosis de las mentalidades y saca a la luz cómo se inventaron para los gitanos crímenes atroces para justificar la furia exterminadora25. Leblon escribe cómo las más de las veces tales delitos eran sólo actos de resistencia a medidas represivas que prohibían su vestimenta o hablar su lengua. En cualquier caso, asombra la capacidad de supervivencia de este pueblo dispersado, “en momentos en que las doctrinas hegemónicas van dejando paso a la duda y a la reflexión, osan alzar la cabeza para recusar cualquier forma de absorción por un modelo de sociedad que rechazan sin titubeos en nombres de valores que les son propios”. Junto al nacimiento de la Inquisición y la expulsión de los judíos, se da la primera ley contra los gitanos».
Uno de mis libros preferidos es La diferencia inquietante de la antropóloga Teresa San Román. También recomiendo la maravillosa y reciente película A Ciambra (Jonas Carpignano, 2018) producida nada más y nada menos que por Martin Scorsese.
Es una estampa de los gitanos calabreses y su relaciones con los emigrantes africanos en el fin de la niñez y de la inocencia (que en mi opinión tiene ecos de El padrino (Coppola, 1972) y de Un profeta (Audiard, 2009) y me gusta no solo porque se acerca sin juzgar, sino porque ha sabido captar ese elemento emocionante y conmovedor que está en el haber de este pueblo indomable, complejo y perseguido: el amor familiar, el respeto a los mayores.
Así vemos grupos de niños que fuman y se emborrachan en la mesa con unas abuelas en cuya mirada se puede leer la hermosa seguridad de que nunca las dejarán solas.
LEBLON, B.; Los gitanos de España. El precio y el valor de la diferencia, Barcelona: Gedisa, 1993.
GARCÍA CÍVICO, J., «Haciendo desigualdad de la diferencia: meritocracia y derecho a la identidad cultural. A propósito de la posición del pueblo gitano», Cuadernos electrónicos de filosofía del derecho, núm. 19, 2009, págs. 1-23.