Un recordatorio cultural y sociopolítico: en los ochenta, la clase social era el motor de la trama del cine juvenil.
Era el primer condicionante y a menudo el primer golpe de realidad de luchadores vitales como Ralph Machio en Karate Kid, muy por encima de las llamadas cuestiones de identidad.
Hoy, cuando casi nadie habla de igualdad en un sentido de clase social (de lucha de clases, si se quiere así), la crítica (inteligente y divertida) Hadley Freeman recuerda que hubo un tiempo donde las películas taquilleras dirigidas para jóvenes comprendían los obstáculos y vicisitudes de nacer en una familia con pocos recursos: en Karate Kid, el hijo de una madre soltera intenta sin éxito esconder su pobreza de los chicos más populares de clase, mientras que en Dirty Dancing, «una chica de clase media sale con un chico de clase obrera para horror de su padre progresista» .
Freeman, Hadley (2015) The time of my life. Un ensayo sobre cómo el cine de los ochenta nos enseñó a ser más valientes, más feministas y más humanos, Barcelona: Blackie Books, p. 217.