Mi capítulo preferido de Cumbres borrascosas (1847) es el duodécimo (el del delirio de Catherine Earnshaw y la huida de la hermana de Edgar Linton).
Contiene uno de mis pasajes preferidos de la historia de la literatura y en mi opinión el más bello y significativo de la obra: aquel en el que Cathy con la imaginación desbocada trata de ordenar las plumas de su almohada que antes ha mordido y las relaciona caprichosamente con el tiempo que pasó con Heatchliff en los páramos y entonces le dice a Ellen Dean (aunque tengo la impresión de que en realidad habla solo para un lector y para ella misma):
«Y esta es de cerceta, y ésta... la habría reconocido entre miles, es de avefría. ¡Qué pájaro tan bonito!, ¡cómo revolotea sobre nuestras cabezas en pleno páramo! Quería llegar al nido porque las nubes se agarraban a los cerros y barruntaba que la lluvia se le iba a echar encima. Esta pluma la cogieron del brezal, al pájaro no le dispararon, al invierno siguiente encontramos el nido lleno de esqueletos chiquitines. Heathcliff puso un cepo encima y los padres no se atreven a acercarse. Le hice jurarme, después de aquello que nunca dispararía sobre un avefría, y no lo hizo. ¡Mira, aquí hay más! ¿Les dispararía a mis avefrías, Nelly? Déjame ver. ¿Hay alguna pluma roja?»*
Hay muchas claves que Georges Bataille (La literatura y el mal, 1957) no observó en sus reflexiones sobre el mal. Es el párrafo más detallado de la obra. Además, el juego metafórico (Cathy trataba de ordenar su propia cabeza, las plumas son los restos de un recuerdo muy frágil) sirve para revelar, a continuación, el reproche primordial: el abandono abrupto de su niñez, la entrada (no solicitada) en el mundo adulto.
La traducción de Carmen Martín Gaite no era perfecta (se hace un lío con los tiempos verbales; fluye mejor la de Cristina Sánchez-Andrade en Siruela aunque esta tiene sus propios defectos) así que lo que llamo el «párrafo del reproche primordial» lo traslado en inglés:
«I was a child; my father was just buried, and my misery arose from the separation that Hindley had ordered between me and Heathcliff. I was laid alone, for the first time; and, rousing from a dismal doze after a night of weeping, I lifted my hand to push the panels aside: it struck the table-top! I swept it along the carpet, and then memory burst in: my late anguish was swallowed in a paroxysm of despair. I cannot say why I felt so wildly wretched: it must have been temporary derangement; for there is scarcely cause. But, supposing at twelve years old I had been wrenched from the Heights, and every early association, and my all in all, as Heathcliff was at that time, and been converted at a stroke into Mrs. Linton, the lady of Thrushcross Grange, and the wife of a stranger: an exile, and outcast, thenceforth, from what had been my world. You may fancy a glimpse of the abyss where I grovelled! Shake your head as you will, Nelly, you have helped to unsettle me!»
Ninguna adaptación cinematográfica, salvo la de Andrea Arnold, supo captar, a mi juicio, el juego elíptico de Emily Brönte: la temperatura en la que brotó la salvaje complicidad de los dos niños sin lindes.
* Emily Brontë, Cumbres borrascosas, trad. Carmen Martín Gaite, Madrid: Bruguera, 1984, p. 141.