De los Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917) de Quiroga a La furia (1959), de Silvina Ocampo; de los relatos “El huésped” (1959), de Amparo Dávila, y “La sunamita” (1965), de Inés Arredondo, a las historias de la uruguaya Armonía Somers, como “El hombre del túnel” (1963); del Carlos Fuentes de Aura (1962) a Mariana Enriquez con Las cosas que perdimos en el fuego (2016); de María Fernanda Ampuero a las magníficas escritoras Mónica Ojeda: Mandíbula (2018) y Tierra fresca de sus tumba (2021) de Giovanna Rivero.
En septiembre hablaremos con la autora en Bangarang |
Puertas a mundos regidos por otras reglas, miedo a abandonar la clase media, amenaza de violencia sexual, tortura, migración y vacío, ventanas a lo desconocido y...
"[...] Hay otra línea del horror latinoamericano que resulta menos visible pero que literariamente es igual de estimulante. Se trata de un horror que encuentra en él mismo, en su costado más fantástico e imaginativo, no solo un mecanismo para denunciar la realidad, sino una fórmula para trastocarla y para apoderarse de ella, para dejarse seducir por sus pliegues más peligrosos. Es un horror liberador, que, paradójicamente, aprovecha ciertos miedos, más bien imaginarios, para deshacerse de otros, reales. En este sentido, el horror no es un sentimiento paralizante, sino que más bien posibilita un reconocimiento y una reconciliación con uno mismo. Así, se propone un miedo que resulta opresivo hasta que se traspasa, lo que permite acceder a una nueva realidad, idílica en su oscuridad, utópica en su mundo perfecto de brujas y fantasmas." Federico Guzmán, Letras libres
Silvina Inocencia Ocampo (Buenos Aires, 28 de julio de 1903-14 de diciembre de 1993) |